01 noviembre 2009

HOYO DE MONTERREY Edición Limitada 2004


Os confesaré que tengo una mala costumbre cuando comienza una etapa de vacaciones, un fin de semana “de puente” o cualquier temporada de asueto que me permite liberarme del peso del día a día, de la rutina del trabajo y del “no parar” cotidiano: ante el inusitado júbilo que aquel acontecimiento me produce, sumergidos mis pensamientos en una cantidad admirable de proyectos para disfrutar de esos días, cuando casi estoy saboreando lo que todavía no es pero será, le espeto a mi esposa siempre la misma falaz aseveración, como si de un cenizo profesional se tratase: “Lo peor de todo es que cuando me quiera dar cuenta, todo esto habrá terminado y volveremos a la rutina como siempre”. Toma castaña. Y claro, en ese momento lo que parecía tener un color luminoso y esperanzador corre el peligro de convertirse en una cuenta atrás anodina y gris. Finalmente me veo invadido de planes e ideas, comidas y cenas, familia y amigos, conversaciones, fiestas y otros disfrutes varios, entre los que se encuentra nuestra común afición al buen fumar, que no me dejan contar hacia atrás. Como decía un sacerdote amigo venezolano, el P. Gilberto, “siempre adelante, como el tick tack del reloj, como el andar del caminante, siempre adelante”. Y si hay que volver atrás, que sea para aprender de la historia, de los pasos que dimos mal, para coger el camino correcto, o para recordar con pasión lo que un día disfrutamos de verdad. Y eso es lo que voy a hacer en la cata de hoy.

En esta ocasión os hablaré, queridos amigos, de un cigarro que tuve la fortuna de disfrutar el día de mi cumpleaños, a finales de este pasado verano, por cierto, tan alejado ya que parece fruto de una ilusión. Espero que este breve relato sirva para que cada uno de vosotros podáis dejar volar vuestros recuerdos olvidados (paradójicamente) hacia lo que una vez, tan solo hace unos meses, pudisteis sentir y vivir.

Aquella tarde, preciosa y soleada por cierto, con mi mujer y mi hijo en la templada playa de Moncofar, la recuerdo con especial cariño. El atardecer lo disfruté en soledad, en una silla de playa enfrente del mar, acompañado de mi música favorita, un libro, un puro y una lata de la bebida de cola más vendida en España. Esta estampa, queridos lectores, es uno de mis grandes placeres de verano. Una tarde así, viendo como torna el cielo desde el azul claro hasta el azul marino casi negro, pasando por el dorado, el ámbar, el ocre, el malva y el añil, me parece una auténtica delicia. Es tiempo para uno mismo, para reconciliarte con el tiempo pasado, para darle la bienvenida al futuro, para pensar y para soñar. Una tarde así, se merece de colofón una magnífica cena en familia y un gran cigarro de amplias bocanadas y un humo generoso que se expanda hacia el cielo estrellado embriagando la noche levantina de volutas realmente especiales.

De color colorado maduro -probablemente más oscuro de lo que fue en su día, debido al proceso extra de envejecimiento que ha vivido, cinco años más desde que llegó a España en 2004-, bien torcido, con alguna vena algo atrevida, ligeramente blando al tacto y con la anilla extra de Edición Limitada de Habanos, el cigarro del que les hablo, un Hoyo de Monterrey Edición Limitada 2004, podríamos considerarlo una reliquia, ya que no es fácil encontrar de estos ejemplares ni en las cavas mejor surtidas de nuestra geografía. Hay una que aún lo tiene: el Rincón del Puro de Tomás Gadella, en Móstoles.

Los inicios de la fumada muestran la inconfundible esencia de la marca: elegancia y sabor pero con suavidad. Las primeras aspiraciones son dulces, amaderadas y con algún recuerdo terroso, realmente refinadas. En ciertos momentos aparecen sabores a fruta muy madura, aunque en mi memoria predominó la madera, algo de madera y… madera. Al final de este tercio inicial surge un clarísimo gusto a regaliz, que quizá no hubiera hecho su aparición nunca si no hubiera sido invitado -quizá- por el conocido whisky de malta Cardhu de 12 años que refrescaba y endulzaba nuestras bocas.

El tiro es muy bueno, incluso algo excesivo si fuera muy crítico, la combustión algo irregular pero aceptable, la ceniza gris media con aguante de un tercio antes de caerse y la fortaleza comenzó media y curiosamente va suavizándose conforme avanza la fumada. Cuestión de acostumbrarse. En el segundo tercio los sabores se tornan algo ahumados, con un reseñable deje a turba pero siempre manteniendo su elegante suavidad.

Verdaderamente estamos ante un cigarro espectacular que, a pesar de la suavidad originada por su gran tiempo de añejamiento (cinco o seis años en fábrica y otros cinco en caja cerrada en cava humectada) no da la sensación de un puro carente de personalidad, es más, la tiene, y mucha, con sabores muy acentuados y refinados, y con un final largo y realmente fascinante. Tanto como la tarde que pasé en la playa, el día de mi cumpleaños, frente al mar.

Una gozada de cigarro. Un 9. Hoy, echar la vista atrás ha merecido la pena. Efectivamente… era especial

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