25 marzo 2011

PARTAGAS SERIE D nº3 Edición Limitada 2006

Nos reunimos en un día desapacible de febrero -de esos en los que únicamente apetece quedarse en casa con la chimenea encendida y una manta para no destemplarse- Jesús Fernández Montes, propietario de una gran cava de puros en Pozuelo de Alarcón, Tomás Gadella, estanquero mostoleño de pro y mejor amigo, Jesús Martín, también estanquero pero en este caso boadillense, de cuyas virtudes como profesional y persona ya os hablé en alguna cata anterior, y quien estas humildes líneas firma.

Después de degustar un apetecible y sabroso cocido madrileño que nos vino muy bien para entrar en calor, en Casa Patro, una pequeña casa de comidas de Boadilla del Monte, familiar y acogedora, recomendada por nuestro estanquero anfitrión, nos trasladamos a una estancia que nos proporcionó cobijo para exhalar nuestras volutas de humo durante las aproximadamente dos horas que estuvimos charlando entre amigos, intercambiando anécdotas, opiniones y, por qué no decirlo, severas críticas hacia la injusta ley antitabaco recientemente aprobada en nuestro casi irreconocible país, de la que en otro artículo, con más tiempo, daré detallada cuenta y diatribas.

El cigarro catado fue una Edición Limitada del año 2006 (es decir, con ya casi cinco años de añejamiento extra en cava) de la serie D nº3 de Partagás, de buen aspecto, envoltura gruesa color maduro ligeramente aceitosa, característica que se echa de menos en estos tiempos en muchas vitolas de procedencia cubana. Combinamos la fumada con un soberbio ron recién lanzado por la marca Plantation, obsequio de nuestro anfitrión, siempre a la última en licores premium, el Extra Old de Barbados, un ron de excepcionales aromas cítricos con final a jarabe dulzón.

El inicio del cigarro estuvo rebosante de madera, profundo, añejo, un aroma que me recordaba a la entrada en la antigua casa que un matrimonio amigo posee en un recóndito pueblo de la provincia de Segovia, en medio del campo y lleno de vigas de madera en el techo. Los sabores inicialmente eran profundos a buen tabaco, algo cremosos aunque con un deje amargo al final. La fortaleza se mantuvo contenida durante toda la fumada. Ya consumido el primer tercio, coincidimos los cuatro en el carácter algo plano del cigarro, muy cerrado en ese sabor tan maderoso, cuyo amargor se fue incrementando cada vez más, lo que le restó desarrollo y profundidad. El tiro del cigarro fue regular, similar a la combustión, y la ceniza de color gris muy tristón.

Nuestra admiración se centró entonces en el perfecto equilibrio entre alcohol y aroma que nos deparó nuestro jugo de caña, de color miel y lágrima densa equiparable a la de un buen coñac francés, que evocó a Jesús Fernández Montes la película “La Isla del Tesoro” de Stevenson.

Ciertamente, un cigarro elaborado con buen tabaco pero carente de evolución y matices fuera de la madera. En resumen, lo que iniciamos como una cata de un puro acompañado de un licor culminó como una degustación de un formidable y novedoso ron asistido de un cigarro que se consumió sin pena ni gloria. Quedamos emplazados, los mismos comensales, para catar el Montecristo Sublimes en menos de un mes, y desquitarnos de una fumada en la que el tabaco quedó superado por el bendito Plantation de Barbados Extra Old.

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