10 julio 2009

H. UPMANN Magnum 46

Son las diez de la noche de un día típico de un incipiente verano leonés, es decir, un calor soportable durante el día con un buen apretón en mitad del mismo, una tarde templadita con una suave brisa muy recomendable y una noche que empieza a ser refrescadita, siendo necesaria una fina prenda de abrigo de aquí a unas cuantas caladas. Para que os pongáis en situación, nos encontramos en una población de la comarca del río Órbigo, a treinta kilómetros de León, disfrutando de un fin de semana campero -o campestre-, ya que la casa en la que nos hospedamos, levantada al lado del antiguo molino del pueblo, es lo que estrictamente podríamos llamar una “casa de campo”. El lugar trae unos recuerdos imborrables a mi familia “política“: allí vivió mi suegra desde pequeña y allí pasaron gran parte de sus veranos infantiles mi mujer y sus hermanos (hoy mis cuñados). Con servicios básicos y a veces cierta precariedad, lo cierto es que pasar unos días aquí puede llegar a ser una terapia estupenda contra el estrés acumulado durante todo el curso. Sentado cómodamente en la “portalina”, leyendo un libro, escuchando música o simplemente contemplando el paisaje, que no es otro que árboles, campo, el río y de vez en cuando un tractor de siega, alguna que otra furgoneta destartalada de algún hortelano de la zona o, a eso de las ocho de la tarde, Pololo con su bicicleta cargado de lechugas, te da la sensación de que la tranquilidad existe y se puede disfrutar. Pues en este ambiente, después del zafarrancho de baños y bibes de los niños (el mío y otros dos sobrinos) y después de habernos saciado con unas buenas viandas de la zona (pan de pueblo, queso, jamón, tomates y cecina), mi suegro Pepe, mi cuñado Alfredo y el que esto escribe nos aposentamos en la portalina (previa instalación de la necesaria lámpara antimosquitos), nos servimos unas sabrosas copas del venezolano ron Selecto, obsequio de mi amigo Daniel, y comenzamos a disfrutar de la fumada.

Esta noche nos vamos a obsequiar con un clásico, uno de los habanos que adquiere mejores puntuaciones en los foros y catas internacionales: una corona gorda Magnum 46 de H. Upmann.
Visualmente el cigarro es impecable: una construcción perfecta y sin mácula de ningún tipo, sin zonas huecas, sin nudos, con venas muy finas y elegantes, una capa fina y suave de color colorado no muy oscura. Antes de encender, mientras olfateábamos el aroma en frío, Alfredo comenta, sin más rodeos, que… “huele a Cuba”.

Encendió bien, proporcionándonos un tiro espléndido de principio a fin. Los sabores en el primer tercio son francamente sutiles y elegantes, con claros gustos a madera de cedro, y relativamente aromáticos. En el segundo tercio, cuando ya las mujeres (mi suegra, mi cuñada y mi esposa) decidieron retirarse, recordamos que este cigarro ya lo degustamos hace unos años en Moncofar y notábamos algunas diferencias entre este ejemplar y aquel: probablemente el cigarro de hoy posee un carácter más suave condicionado por el tiempo que ha permanecido envejecido en la cava, por lo menos unos tres años. Cabe destacar el formidable retrogusto al fondo de nariz que confirma el añejado del cigarro.

Al final del segundo tercio se hace evidente un notable sabor a cuero bien curtido, al tiempo que Alfredo detecta también rastros de chocolate amargo. En estos momentos la sutil fortaleza del cigarro que evolucionó hacia medio cuerpo es acompañada por interesantes anécdotas de mi suegro, entre las que se cuelan persistentes cantos de grillos provenientes del campo cercano. Llegando al tercio final nos nace en la lengua un cierto picor especiado común en sendos cigarros. La combustión no planteó problemas, excepto una lamentable apagada en este último tercio que restó delicadeza al gran final complejo y con ricos matices amaderados que prometía.
La valoración global de este cigarro fumado hoy es de un 8,5, si bien es cierto que el mismo ejemplar fumado hace tres años, que tanto Alfredo como yo recordábamos antes, lo hubiéramos calificado sin dudar con un 10, y realmente no sabemos porqué.

Intentando hacer un símil, yo asemejaría este puro a un tinto de Rioja reserva, con característicos sabores curados, sabores a cuero bueno, a madera bien ensamblada, como mucho algo especiado, pero nada más. Este es uno de esos grandes cigarros cubanos “indetrónablês” del que no se pueden escribir más florituras. Sabe a buen tabaco cubano añejo, y punto. Todo un clásico.

5 comentarios:

  1. que redacion. al leelo parece que lo esta viviendo uno mismo. enhorabuena-

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  2. Jaime, esto es poesía pura, autentica cremita!! Solo echo de menos el precio. Saludos.
    PD: ya veo que has puesto el localizador de Alex

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  3. He encontrado tu blog por casualidad (buscando la cata de un "Hoyo de Monterrey epicure N2" en Google) y no he podido parar de leer tus opiniones. Gracias, has ganado un nuevo "adicto" a tus comentarios

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  4. Muchas gracias, a tí, que buscabas cata de hoyo epicure; espero poder hacer una de este cigarro pronto. De momento espero que disfrutes las que hay y agradezco que hagas comentarios a mis artículos. Me ayudará a aprender también a mí. Un abrazo.

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  5. Yo tambien hecho de menos el precio de los cigarros ademas, de que hace bastante que no publicais nada. Espero que lo hagais pronto, pues sois una referencia para los que nos iniciamos en este deleite del cigarro.

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