En el día de hoy “la novedad es un clásico“. Y bien serviría esta frase como título de una próxima película de Hollywood, si no fuera porque me refiero a un cigarro. Explico la contradicción: siendo el Montecristo nº 2 uno de los cigarros denominados “indétrônables” por la acreditada revista francesa "Havanoscope", uno de los habano más reputados de todos los tiempos, un eterno clásico, es para mí cómo nuevo, ya que ha pasado largo tiempo desde que lo degusté por última vez. Lo recuerdo perfectamente: poderoso, sabroso, con tanto carácter que parece que tiene vida propia. ¿Se unirán pasado y presente en un mismo gusto y sentir?
Me acompaña en la cata Pekike, gran sabedor de puros y degustador de buenos licores. Antes de encender nos sorprende su capa carmelita claro algo anodina y carente de expresión, sin aceite pero bien humectada, así como un torcido algo deficiente. Al tacto se presenta algo blando, como ligeramente carente de tabaco. El bouquet tiene poderío: tabaco, tierra y cuero. Mientras calentábamos el pie del cigarro, al tiempo que se tornan anaranjadas las ascuas Pekike disfruta del aroma que desprende, que es el de antaño, el antiguo, de buen tabaco, fuerte y con mucho aroma.
Combinamos nuestro “Montedos” con un licor de caña obsequio de mi amigo el diácono Matías, Ron Bermúdez Don Armando Añejo 10 años, de la querida República Dominicana, un ron recio y sabroso, de tonalidad naranja casi marrón, dulzor muy pronunciado y gran persistencia en boca.
Nuestra conversación discurre hoy, como no podía ser de otra manera, acerca de las restricciones que nos vamos a encontrar en los próximos tiempos a la hora de querer disfrutar de una fumada placentera en un local público de nuestro país. Si bien los fumadores de cigarrillos tendrán que conformarse con una visita al “aire libre” para, en tres o cuatro minutos, dar esas caladas reconfortantes que tan necesarias son a veces, los fumadores de puros vamos a tener más dificultades, ya que la fumada de un puro exige mimo, sosiego, paz y dedicación. En un par de minutos, en invierno, no da tiempo a quedarte helado pero… ¡imaginad los tres cuartos de hora que dura un robusto o la hora y algo de un torpedo! Al hilo de este extremo comentaba Pekike que, al contrario de la meteorología ligada a los países productores de puros, la mayoría de ellos caribeños, él asocia el puro al invierno, con un café calentito y una buena copa para entonarse, en una acogedora habitación llena de humo que se va escapando furtivamente por la rendija entreabierta de la ventana.
Siguiendo con el MonteDos, el tiro es fantástico, los vestigios de la fumada de color gris medio con rodales negros y la fuerza comienza a medio gas sin agresividad ninguna. Los primeros quince minutos de la fumada son de película, dignos de un cigarro legendario como este, con sabor plenamente tabaquero, a madera vieja y tierra bien cultivada, algo picante, y un muy sustancial regusto a cuero.
El excelente primer tercio, en el que evoluciona la fortaleza a media-alta al mismo tiempo que crecen los sabores, con gran equilibrio y sin molestar en nariz, deja paso a un segundo tiempo más amaderado y algo más seco, con igual perfecto tiro y buena combustión que desemboca en una tercera parte larga y rica hasta que decidimos dejar descansar el último centímetro del Montecristo nº 2 en el cenicero antes de quemarnos los dedos. Buena señal.
No se merece menos de un 9 este puro de tiempos pasados que no pierde moda, al estilo tradicional, sin sofisticaciones de aromas como las ligas más modernas, sólo buen tabaco, un fabuloso y potente sabor y un tiro soberbio que me dejan un recuerdo justo como el que tenía de él.
Lo fumamos el día de la fiesta madrileña de Nuestra Señora de La Almudena, Patrona de Madrid, un día antes de que me extrajeran, en una sencilla intervención quirúrgica, dos muelas del juicio. Ascendió el humo como incienso para María, que me protegió del dolor y me regaló una buena recuperación. Á ti, madre mía, te dedico esta cata. Gracias.
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