Vamos a ocuparnos en esta ocasión de la vitola "toro" de una reciente adquisición del grupo Davidoff, como es la casa Camacho. Después una magnífica comida ofrecida por la señora Riera (a la que cariñosamente llamo Mamá), que consistió, entre otros platos, en unos magníficos canelones envueltos en "creppes" en lugar de en la tradicional pasta, mi cuñado Jaime sacó una botella de un estupendo ron recién traído de la República Dominicana: Brugal Extra Viejo. Y para fumar, los susodichos cigarros hondureños.
"Vamos a estrenar la nueva terraza", dijo Jaime. Y es que los señores R acababan de cerrarla con una cristalera hacía un par de días. Acarreamos un par de sillones del salón (con la excusa de dejar más espacio para los niños, claro) y nos acomodamos tranquilamente con nuestros cigarros y nuestras copas. Mi padre se unió a nosotros con uno de esos genuinos caliqueños de su tierra que tanto le gustan. La tarde prometía.
Al sacar los cigarros de su celofán nos sorprendió la gran calidad de su oleosa capa; sin grandes venas, uniforme, bien acabada y de un colorado oscuro que parecía chocolate. El olor en frío recuerda a caballeriza y a tierra, profundo. Particularmente a mí me recuerda a la linea clásica de la marca nicaragüense Padrón, bien conocida en nuestra familia. Empezamos a fumar y charlar de todo un poco, mientras los primeros aromas a cedro y un regusto salado aparecen en nuestras bocas. El tiro parece bueno y, aunque la combustión es algo irregular en el cigarro de mi cuñado, es correcta en el mío. El humo es blanco y denso y la ceniza blanco-azulada, muy poco consistente, visitó tempranamente nuestros pantalones. Nos dedicamos pues a saborear la copa de este ron color naranja sunset (Jaime "dixit"), casi marrón, con una lágrima tan asombrosamente densa que tarda un tiempo considerable en regresar al fondo de la copa. El sabor del caldo es complejo, con gran variedad de aromas, algo seco y recio en boca, pero equilibrado y sabroso.
"Vamos a estrenar la nueva terraza", dijo Jaime. Y es que los señores R acababan de cerrarla con una cristalera hacía un par de días. Acarreamos un par de sillones del salón (con la excusa de dejar más espacio para los niños, claro) y nos acomodamos tranquilamente con nuestros cigarros y nuestras copas. Mi padre se unió a nosotros con uno de esos genuinos caliqueños de su tierra que tanto le gustan. La tarde prometía.
Al sacar los cigarros de su celofán nos sorprendió la gran calidad de su oleosa capa; sin grandes venas, uniforme, bien acabada y de un colorado oscuro que parecía chocolate. El olor en frío recuerda a caballeriza y a tierra, profundo. Particularmente a mí me recuerda a la linea clásica de la marca nicaragüense Padrón, bien conocida en nuestra familia. Empezamos a fumar y charlar de todo un poco, mientras los primeros aromas a cedro y un regusto salado aparecen en nuestras bocas. El tiro parece bueno y, aunque la combustión es algo irregular en el cigarro de mi cuñado, es correcta en el mío. El humo es blanco y denso y la ceniza blanco-azulada, muy poco consistente, visitó tempranamente nuestros pantalones. Nos dedicamos pues a saborear la copa de este ron color naranja sunset (Jaime "dixit"), casi marrón, con una lágrima tan asombrosamente densa que tarda un tiempo considerable en regresar al fondo de la copa. El sabor del caldo es complejo, con gran variedad de aromas, algo seco y recio en boca, pero equilibrado y sabroso.
En el primer tercio del cigarro la fortaleza se presenta con medio cuerpo, acompañada de notas dulces y amargas a la par, provenientes estas últimas de la ligada de corojo con mayoría de hojas de ligero. No hay un gran desarrollo aromático aunque si se puede destacar el sabor suave a carbón. Parece en principio un cigarro destinado al mercado gringo, donde aprecian más los puros suaves. Al usar esta palabra, gringo, me acuerdo de mi amiga y compañera Karla Yunuen, oriunda de Tijuana, que me contó el origen de esta palabra. Viene del grito con el que mandaban a casa a los casacas verdes invasores: "Green, go!".
El segundo tercio se presenta con un incremento notable de la fortaleza, continuando el gusto amargo a turba. El puro evoluciona de menos a más, con notas de tabaco añejo y más persistencia de sabores dulces, con intensidad y fuerza en el último tercio.
En resumen, el Camacho Toro es un cigarro ciertamente agradable e interesante, que sin desarrollar soberbios sabores y aromas, nos resulta un cigarro sinceramente apreciable si tenemos en cuenta su relación calidad/precio. Un 7,5 para un cigarro que no llega a los 4 €.