Disfrutamos, alojados en el dúplex de mis suegros, a treinta metros de la playa, de unas vacaciones eminentemente familiares, con el cansancio y la locura propia de una casa llena de niños (el mío y mis sobrinos). Y la hora de la cena, en la terraza-azotea, con los niños durmiendo -excepto mi sobrino mayor, que con su edad ya remolonea para irse a la cama-, es francamente el momento más relajado del día. Y después de cenar, el deleite del fumar. Al aire libre, contemplando el cielo estrellado y el mar al fondo, sin prisas, ni agobios, ni horarios, con la única obligación de atender a nuestro cigarro y a nuestro licor. Además hoy, al ser las fiestas del pueblo durante esta semana, podemos disfrutar de la música de fondo de una orquesta de jazz, estilo musical que marida con un puro tan a la perfección como el aguardiente seleccionado para la ocasión, el legendario ron Bacardí 8 años, de aroma embriagador a distancia, color ámbar acaramelado y generosos recuerdos en boca a vainilla y canela. Es interesantísimo observar lo densa que llega a ser su lágrima, que torna totalmente borrosa la visión a través de la copa.
Hoy me acompañan en la fumada mi suegro el señor R y mi cuñado Alfredo Riera, co-autor de este blog, articulista de algunas de las catas publicadas a vuestra disposición y gran sabedor de puros.
Centrándonos en el cigarro, os diré que era de un aspecto majestuoso, con un ligero molde cuadrado. Digo “era” porque mi gran amigo Tomás Gadella, extremeño ilustre y estanquero mostoleño de pro, me había recomendado ya en varias ocasiones que lo probara y siempre me había seducido. La capa, con finas venas, era de un precioso tono colorado maduro, aceitosa y grasa y parecía que susurraba “¡fúmame!”. Al colocarlo en la boca, antes del encendido, sabe a madera con un toque salado. El bouquet nos recuerda de manera espectacular a madera vieja y en cuanto le aplicamos calor con nuestro mechero de tres llamas nos regaló un perfumado humo que presagiaba lo que iba a venir: un inicio, recién inflamado el puro, increíblemente aromático. El sabor es decidido, al mismo tiempo que elegante y suave. Desde la primera aspiración aquello tenía pinta de convertirse en una fumada de escándalo.
El primer tercio está dominado por sabores a madera fascinantemente equilibrados y nobles y, al final del mismo, aparece un claro aroma a café solo muy cargado. En el segundo tercio el aroma deja paso a la pujanza de sabores plenamente tabaqueros con notas de regaliz e incluso algo de incienso, apunta Alfredo.
La noche transcurrió salpicada de comentarios, vivencias, conversaciones y anécdotas de los tres fumadores, destacando una en particular que sacó a la palestra el señor R. La pregunta era: “¿Qué cantidad de licor -ron, brandy, coñac- se debe verter en una copa de balón?”. Curioso. El suficiente líquido para que, tumbando de lado la copa, llegue al borde de la misma pero sin que se derrame. Oído, cocina.
La ceniza, de color gris oscuro y algo deslucida, no es consistente y se deja caer pronto, como satisfecha por el sabor tan espectacular que nos está brindando. Al final del segundo tercio la fortaleza adquiere toda su plenitud y los aromas tan refinados desaparecen totalmente. En el tercio final retornan los intensos sabores cafeteros, pero más amargos ahora que antes. Tanto es así que me vino a la memoria cuando estuve en un café palestino en Belén tomando una deliciosa taza de café turco: dos tercios de la taza son posos y el resto café. Riquísimo.
El Bolívar Inmensas es una cigarro de vitola dalia francamente elegante, tanto en aspecto como en la fumada, muy aromático durante los dos primeros tercios, de fortaleza media inicialmente y alta en la conclusión, de gran equilibrio y de sabores imponentes y deliciosos. Por todo ello no se merece menos de un 10. El apellido de esta referencia -Inmensas- es el perfecto calificativo para el cigarro que lo lleva. Verdaderamente inmenso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario