Apreciados amigos y lectores, la reseña de hoy es para mí muy especial: una cata de recuerdos, experiencias y vivencias realmente mágicas. Soy consciente de que el cigarro objeto de la misma es inaccesible para muchos de vosotros, sobre todo para los amigos españoles, ya que se trata de una vitola que no se comercializa en nuestro país. Pero es para mí obligado hacer un cariñoso homenaje a mis queridos compañeros de empresa y a los profesionales de la fábrica de cigarros La Aurora, con los que tuve la fortuna de compartir unos cálidos e irrepetibles días en Santiago de los Caballeros, ciudad de la República Dominicana fundada en el año 1495, fecha que da nombre a una de las grandes líneas de cigarros de esta casa (ver cata La Aurora 1495 Series Robusto).
Hay que estar allí para valorar los cigarros como aquel anónimo que dijo: “fumar cigarrillos es humano, fumar puros es divino“. Hay que estar en la tierra, en las vegas, entre las plantas de tabaco, en las casas de secado y fermentación, entre cujes y pilones, burros y sacas, ver la selección de hojas para tripa, capote y capa, hay que visitar la sala de despalillado, la de añejamiento y almacén, hay que ver cómo el torcedor con la habilidad de sus manos arma el bonche o tirulo que pasará un tiempo en la prensa para adecuarse al cepo necesario, y finalmente ensimismarse con el espectáculo del encapado, magia a través de la cual, con unos toques de infinita sutileza y elegancia el maestro coloca la capa y la perilla al cigarro, dejándolo listo, previo paso por la sala de añejamiento, para el futuro deleite de nuestros sentidos. Todo esto, de una manera resumida, es lo que ocurre para que podamos disfrutar de uno de los grandes placeres de la vida: degustar un buen cigarro, haciendo gala de la famosa frase de Mark Twain: “No soy esclavo de un vicio, sino dueño de un placer”, lema que cierra la presentación de mi perfil en este blog.
Gracias a la cortesía de los amigos de La Aurora, pudimos degustar varias de las muchas series de cigarros que la compañía distribuye en el mercado internacional. Y una de las más interesantes resultó ser La Aurora Maduro Sun Grown. Dicho sea por adelantado que este tipo de capa cultivada al sol -sin los habituales tapados de algodón- son muy de mi agrado personal, ya que al no tener que estirarse la hoja de la “Nicotiana Tabacum”para lograr captar la mayor cantidad de rayos de sol posibles, lo que hace que ésta adelgace y la savia se reparta entre una mayor superficie, en la capa de sol los aromas y sabores se concentran más y nos brindan como resultado una excelente capa, más gruesa, aceitosa, de gran aroma y extraordinariamente rica.
En el caso concreto de los cigarros que pude degustar allí, dicha capa brasileña presenta un color colorado oscuro, si bien no llega a la tonalidad casi negra de otras marcas con similar tipo de capa. Es además levemente granulada y con alguna vena elegantemente marcada. El olor antes de darle fuego es apasionante, penetrante, dulce, achocolatado y con recuerdos a madera. Esta serie de cigarros cuenta con doble anilla, la habitual de La Aurora con el león del grupo pacíficamente tumbado, y otra más fina en color rojo con letras doradas que hacen referencia al tipo de capa “maduro”.
La mayoría de las ocasiones en que fumé este tabaco lo combiné, como el resto de mis compañeros, con uno de los rones con más solera y éxito del querido país dominicano: Ron Barceló Imperial, añejado durante siete años en barricas de roble americano, un ron de tonalidad ámbar claro, suave, muy fácil de beber, no excesivamente licoroso, afrutado y con aromas a madera y vainilla.
El tiro del cigarro se adivina perfecto desde casi antes de encender, y se confirma nada más prenderlo. Las primicias de la fumada nos brindan unos sabores tabaqueros francamente elegantes, aderezados por unos rastros tan delicadamente dulces que son imposibles de olvidar aunque hayan transcurrido ya casi más de dos meses desde que degusté el último ejemplar.
Las papilas gustativas de la lengua son las encargadas de detectar los tipos de sabores de los alimentos, y también, del humo que nos depara la combustión de los cigarros. Cada zona de la lengua alberga un tipo de papilas capaces de detectar una tipología de sabor y no otra. Por ejemplo, los dulces se manifiestan en la punta de la lengua, los salados en los laterales de la misma, el agrio también en los laterales pero más hacia el fondo y los sabores amargos son detectados por las papilas de la parte trasera de la lengua y en el paladar.
El primer tercio del LASWR transcurre a lo largo de un cuerpo suave pero con un irresistible sabor tabaquero, exquisitamente dulce y algo amargo al mismo tiempo, con sabores terrosos y evidencias de tabaco muy bien añejado.
La ceniza es blanco-azulada y tremendamente consistente, hasta el punto de que el propio fumador ha de provocar su caída en el cenicero ante su resistencia. Los finales de esta primera parte, cafeteros y azucarados, dejan paso a un segundo tercio más corpulento, rico y muy elegante. En el tercer tercio la fuerza continúa creciendo, el dulzor del comienzo se apaga y deja paso a sabores mucho más terrosos y amaderados, con un final ligeramente amargo y húmedo. Un merecido 9.
Veo un humo denso, blanco, atractivo y espeso, que dibuja en la habitación una fina niebla que envuelve de magia y misterio estos momentos, en los que si cierro los ojos puedo perfectamente transportarme al mundo de los sueños, del tabaco y del ron, donde una extraña ingravidez te inunda mientras disfrutas de cada rincón de este fantástico país caribeño. Al abrir los ojos, me doy cuenta de que ya no estoy allí, pero estoy seguro de que cada vez que encienda un ejemplar de La Aurora Sun Grawn Robusto podré revivir aquel inolvidable viaje del que es imposible regresar… sin decir… “¡Viva el tabaco!”.
cerveza
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15 mayo 2010
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